EL REGALO
Podría
ser una talla 48 de corsé. O espera, quizá mejor una 46, y así al atar los
cordones y ajustarlo bien al cuerpo —abundante en carnes por todos lados—, se
consigue ese efecto deseado de los pechos empujando hacia arriba, asomando por
el escote risueños y sugerentes, que tanto enloquece a Edward.
Si
lo sabrá Hillary bien. Toda una vida juntos, bajo el mismo techo, como para no
conocer perfectamente los gustos del marido. Así que, para su setenta y cinco
cumpleaños, después de dejar horneando una tarta de manzana y preparar un
ponche de huevo, ha bajado a la calle a por el obsequio que tiene en mente. Y
tras escarbar en la sección de lencería de unos grandes almacenes nuevos que
han abierto en la Sexta Avenida, donde nadie le reprende por desordenar las
pilas de bragas, tirar al suelo los culottes de las
estanterías y repartir arbitrariamente por toda la tienda las perchas con los
picardías que va descartando conforme elige otras cosas, se decide por un
tanga animal print y un corsé de látex negro
que, bajo su criterio, quedan muy sexi y combinan de maravilla.
Entonces clava sus dedos en el antebrazo de Milenka, la búlgara —o de donde
sea— recomendada por una buena amiga y cuyos servicios ha contratado, la lleva
hasta el probador y se mete con ella para asegurarse de que todo le ciña bien,
para que su figura exuberante le acelere los latidos a Edward, que lleva una
semana en cama recuperándose —el pobre— de un segundo infarto al corazón.