MAREJADA
Es tremendo ver la angustia
con la que arrancan de las paredes del dormitorio de Coral el papel pintado con
dibujos de peces, pulpos y estrellas de mar, y la desgana con la que meten los
jirones arrugados en bolsas de basura negras. Con la ilusión con la que
eligieron ―cuando la nena aún estaba en la barriguita
de mamá― la
moqueta azul con olas blancas y la colcha de delfines, da pena contemplar ahora
el suelo desnudo, la ballena y los pingüinos de peluche y la ropa de cama
listos para llevar a Cáritas. Y la habitación tan desangelada.
De momento la niña dormirá con
ellos, ya decorarán su cuarto cuando estén menos desquiciados. Antes, tienen
que barrer bien la arena del suelo, acabar con todos los cangrejos que,
agazapados en los cajones y en el armario, se les encaran abriendo y cerrando
sus pinzas, tirar las medusas muertas y ventilar, que apesta a algas. Han acordado
que, más adelante, pintarán la pared de rosa, la alfombra tendrá un tono crudo
y los peluches serán osos, osos normales y corrientes. Como en todas las casas.
Intentan no perder la
esperanza y confían en que pronto a la pequeña se le sellen las branquias del
cuello, se le caigan las escamas de la espalda y se le despeguen los deditos de
esas horribles membranas. Poco a poco, irán quitando del biberón el plancton y
crustáceos deshidratados que echaban a los peces del acuario y esperan que en
unas semanas empiece a alimentarse con purés y papillas de cereales, canela y
manzana.