miércoles, 29 de mayo de 2024

La escalera

LA ESCALERA

Lo ha dicho claro Fernanda, la portera. Y alto, muy alto: «¡¡¡Por aquí no pasa ni Dios!!!». Y se ha sentado más bien se ha despatarrado todo lo larga y ancha que es en los escalones del portal, bloqueando el paso, empuñando con una mano la fregona y con la otra una copia, muy sobada de tanto usarla, de los estatutos de la comunidad.

Ninguno de los vecinos sabe quién coló esa cláusula de «Prohibido pisar el suelo recién fregado salvo urgencia justificada. Horario de friegue: Lunes y jueves, de 10:00 a 11:00», aunque se sospecha que fue don Joselín, el viejo del segundo derecha el único al que Fernanda saca cada noche la basura a la calle, el año pasado, cuando le tocó ser jefe de escalera. Corren rumores también de que ha sido vista en su domicilio, haciéndole la colada, pasando el aspirador, y vete a saber qué cosas más, pero esto son solo dimes y diretes, mejor dejarlo estar. El caso es que, con ese carácter tan agrio y desagradable y ese documento refrendado que esgrime para dar el alto a todo aquel que ose pasar, a ver quién se atreve a llevarle la contraria.

Y mientras los dos camilleros, apoyados en los buzones, comentan el partido de fútbol de anoche esperando a que se seque la escalera, el médico y el presidente de la comunidad intentan explicar a Fernanda que se trata de una urgencia, que el levantamiento de un cadáver es una prioridad, que no puede aplazarse. Pero Fernanda erre que erre, que no y que no, que de eso nada, que no ve ella urgencia ninguna en llevarse el cuerpo de la anciana que vivía en la mansarda, que una vez muerta, muerta está, que si tanto les importaba esa mujer haber puesto un ascensor, que la pobre ya ni salir a pasear podía, y que por quince minutos arriba, quince minutos abajo, ¿qué coño va a pasar?, pues nada de nada, no va a cambiar nada. O sí, sí que va a pasar, y mucho: que ella, o sea «servidora» como le gusta referirse a sí misma golpeándose en el pecho con el dedo índice, que ya tiene una edad, y para la mierda de sueldo que la pagan, tenga que fregar otra vez tooodos los peldaños, uno por uno, como si no tuviera una nada mejor que hacer, que encima con lo que está lloviendo ahí fuera mira el barro que traen pegado a la suela de los zapatos. Y ella sí que está viva, vivita y coleando, y a la muerta lo mismo le da esperar, que si no han oído en los funerales eso del sueño eterno, y que si tal y cual, y que si blablablá.

Así, poco a poco, mientras oyen la perorata de la portera y el golpeteo de la lluvia en los cristales del portal, el tiempo va pasando y por fin pueden subir a llevarse a la finada.