LA
RIADA
La pilló acostada a doña Daría
la inundación. Y a Mirta, la sirvienta, subida a una escalera colocando bien
alto alimentos, fotos, el ajuar, por si entraba el agua; tantas semanas lloviendo
nada bueno presagiaba.
Pero entró. Como una
avalancha, anegándolo todo. Tan rápido como pudo, buceando a ratos, chocando
con objetos que flotaban como si estuviera en un barco naufragado, llegó Mirta
hasta su cama. Había quedado sumergida y al intentar sacarla, la vieja, en un
espasmo, la agarró, la atrajo hacia sí, no la soltaba… y el agua continuó
subiendo, subiendo, hasta ahogar a ambas.
«Uno no se muere cuando debe,
sino cuando puede», parece burlarse, meses después, una de las dos calaveras. La
otra sigue contrariada.