LA PENSIÓN
El día ha sido movido,
complicado, pero respirar la brisa salada del mar al caer la noche le devuelve
un poco de calma mientras se arrastra, cansada, camino de su casa.
Desde primera hora de la tarde
anda Lucila con su cachava, de acá para allá, por todo el barrio. En la
farmacia le llevó tres cuartos de hora largos, en la tienda de ultramarinos
también estuvo un buen rato. Después en el bar donde se sienta alguna vez a
tomar un café y por último en la ferretería, donde ha parado a recoger un
encargo. A todos les ha contado que de madrugada vino una ambulancia a por
Vicente, que se puso muy malo, y que es casi seguro que del hospital lo
trasladen a una residencia y se quede allí ingresado, pues ya necesita de cuidados
especializados.
Y con tanta voz de aliento,
tanto abrazo, tanto calor humano, llega a su piso un poco menos abatida. Todos
le han creído, pues no era fingido su desánimo. No ve peligrar, por tanto, el
cobro de la jubilación de Vicente, que es el único dinero que entra en esa casa.
Con la paga de viudedad que le quedaría ha echado cuentas y no le alcanza ni
para dos semanas. Saca entonces del paquete el afilador de cuchillos, continúa
troceando el cadáver del marido y con cada tajo se deshace en un mar de
lágrimas.