VOYEUR
Aunque
va Lulú ―nombre de guerra― vestida de chacha, los taconazos no desentonan nada,
al revés, le dan un aire de femme fatale.
Lleva unos minutos batallando ―fingiendo batallar―
con una mancha imaginaria en un espejo de pie situado frente a la puerta del
balcón que previamente ha abierto de par en par. También ha dejado encendida la
lamparita de luz cálida.
Con
las piernas estiradas, doblada sobre la cintura, la minifalda tan subida que ya
no cubre nada, está frota que te frota, culo en pompa, meneando de un lado a
otro las nalgas. No lleva bragas. Del delantal, minúsculo y ceñidísimo, rebosan
unas tetas grandes y blancas y a ratos restriega despacito contra la superficie
fría los pezones, el clítoris, haciendo círculos, sujetándose excitada con las
manos al marco, fantaseando con estar siendo acariciada con la mirada húmeda de
un vecino solitario como ella y sintiendo ascender oleadas de placer desde el
pubis. Cuando llega el gemido triunfal a la garganta lo contiene, ahogándolo, para
que dure más rato.
Entonces
María Luisa, su nombre de verdad, se pone la bata, sale al balcón y con una
sensación agridulce contempla la calle vacía, la ciudad dormida, la noche
desolada.