EN MARCHA
Suena el timbre de la puerta mientras está viendo
en la tele el periplo de un trotamundos
que se ha propuesto llegar a Pequín, partiendo desde Madrid, a pata. Y todo por
senderos y caminos. Ya va por Italia. Él es más realista y se conformaría con
hacer una ruta por los Miradores de Navia, que cae muy cerca de su casa.
Se levanta a abrir. Es un repartidor de Amazon
que trae las zapatillas de trekking que compró el otro día por
Internet. Entre las diez más vendidas eran las más caras, casi trescientos
euros, pero es que tienen de todo: gore
tex, espuma reactiva, memory foam, placa de fibra de carbono,
suela con diferentes ángulos de tracción, amortiguación adicional… y además son
súper ligeras y transpirables.
Abre la caja y se las pone, para que se vayan
haciendo al pie, para que el día que las estrene y empiece a caminar por esos
montes de Dios no le salgan ampollas y le dé por desanimarse. Ha acertado con
el número, un 42 y 2/3, como indicaba la tabla de tallas según la longitud del
talón al dedo. Tirando de una lengüeta que ofrece una fijación uniforme se las
ajusta a la perfección; es una compra de diez.
«Son muy guapas, he elegido bien», se felicita
sentado en la butaca, estirando las piernas, girando los tobillos hacia dentro,
hacia fuera, hacia delante, hacia detrás, moviendo en el interior del calzado
los dedos para cerciorarse de que no aprietan. Se pone en pie, recorre al trote
el pasillo una, dos, tres veces, hasta que se cansa. «Me las dejo puestas, son
más cómodas que las pantuflas», se dice complacido.
Va entonces para la cocina. Regresa al salón con
otra cerveza, otra bolsa de patatas fritas y, antes de repantigarse de nuevo en
el sofá, ve que el cielo se está cubriendo de nubes negras. Tiene toda la pinta
de que va a llover, de que se va a poner todo perdido de barro, de que los
senderos se van a encharcar. «Qué pena que se ensucien nada más estrenarlas,
¿no?», piensa mientras da un sorbo de la lata y decide mentalmente aplazar la
rutilla para mejor ocasión.