domingo, 8 de diciembre de 2024

Incógnitas

INCÓGNITAS

Recuerda Ofelia que en sus tiempos de escuela, allá en el pueblo, no se le daban nada bien las matemáticas. Nunca fue capaz de saber cuántos caramelos juntaban entre Juan, su prima y la amiga de la prima, repartidos entre puños y bolsillos. A ella lo que realmente le interesaba era qué tipo de relación mantenían Juan y esa amiga de la prima: si era él guapo, si ella de melena rubia, si se miraban a los ojos, se sonreían y rozaban los dedos al intercambiar la mercancía.

Lo de adivinar el número de peras que había en un cesto en la frutería si el primer cliente compraba dos tercios, el segundo se llevaba tres y así hasta que no quedaba ninguna, ¡qué sabía Ofelia, menudo lío!, así que soltaba una cifra a voleo, no acertaba nunca y acababa con un cero bien redondo, grande y rojo en la libreta de cuentas.

Con las multiplicaciones y divisiones de números largos y operaciones complejas se extraviaba, hasta se le ponían los ojos bizcos. En uno de los ejercicios tenían que averiguar a qué hora exacta llegaría a Chamartín un tren de viajeros que partía de Cuenca a las ocho y diez, circulando a una velocidad media de setenta kilómetros por hora. Entonces Ofelia entornaba los ojos, dejaba vagar su mirada a través de las ventanas del aula e imaginaba cómo serían aquellos exóticos destinos.

Menudos coscorrones se llevó por este motivo. A ella, lo que le hubiera gustado saber es si el vagón era moderno, si los asientos acolchados o de madera, si un joven pasajero, apuesto y perfumado, se había subido al convoy en Cuenca, si en la estación de destino le estaría aguardando ilusionada una joven con un vestido blanco de lino y un clavel en la mano. Le preocupaba que el tren se retrasase por culpa de un árbol caído sobre las vías y la pobre chica, desairada y haciendo por fin caso a sus padres «es un muerto de hambre, no te conviene, hija», desapareciese para siempre de su vida.

Le vienen estos recuerdos a la cabeza mientras ayuda al nieto con unas sumas que le han mandado en el colegio, y siente añoranza por el niño Juan, el de los caramelos, y un poco de pena por el joven enamorado de Cuenca, todavía cogiendo trenes y buscando a su amada en aquellos cuadernos de escuela.