PROGENIE
Estaba en la sala de espera tratando de recordar el nombre de la planta que había junto a la ventana. En casa tenían una igual, con dos troncos juntos. Era de origen tropical, con copa frondosa y hojas finas y afiladas. Demonios, ¿cómo se llamaba?
Pese a que algunas hojas empezaban a
ponerse marrones y caerse, advirtió que de la base brotaba un tallo diminuto,
idéntico al principal. Y sin saber por qué, se le empañaron los ojos. Notó
entonces unos dedos que apretaban los suyos, giró la cabeza y se quedó mirando
la mano de la mujer, ¡anda, si tenemos
las uñas pintadas del mismo color!, que estaba sentada a su lado. Al
levantar la vista vio que estaba moviendo los labios y al instante rodaron en
su cerebro, como deslizadas por un tobogán, dos sílabas, «ma-má», y un
calorcito muy agradable le acarició como bálsamo el alma.
Una tristeza infinita oscurecía la
mirada de la chica y la mano la tenía helada. Por eso le sonrió con ternura,
para reconfortarla. Pobrecilla, ¿qué
tendrá? La conocía, seguro, pero tampoco de su nombre se acordaba.
Sin soltarle la mano, volvió a concentrar
su atención en el retoño de la planta.