APNEA
Estaba justo enfrente, nos
miramos, me sonrió, creo. Enderecé la espalda, que siempre voy con los hombros caídos,
y metí
barriga. Aguanté
así mientras ella humedecía sus labios, se ahuecaba la melena y acomodaba sobre
su nariz unas gafas de montura nacarada sin apartar la vista de mí.
Me estaba dando un calambre en
el costado cuando su vagón comenzó a moverse
y desapareció por el túnel. Pude entonces aflojar el abdomen y respirar,
hasta que recuperé el resuello. Al rato, vi otra mujer bajar las escaleras del
andén ―sonriéndome,
creo―,
apreté la tripa otra vez y contuve el aliento.