OLVIDO
No tardaron ni diez minutos policía
y voluntarios en organizarse para rastrear, centímetro a centímetro, palmo a
palmo, el bosque donde apareció la bicicleta roja de Timothy. Joanna, la madre,
se mordía las uñas, los dedos, los puños, intentando mantener la calma, pero
conforme pasaban las horas y oscurecía, le iba flaqueando el ánimo. Llovía
incesantemente y por las noches la temperatura llegaba a caer varios grados
bajo cero. ¿Sobreviviría un niño de seis años solo, perdido, asustado?
La respuesta llegó a primera
hora de la mañana. Alguien encontró sus botas de goma en la orilla del río y los
calcetines en un charco. Más allá, su chubasquero semienterrado. Un aullido de desgarro
quedó sostenido en la neblina helada del agua, para después elevarse por encima
de las copas de los árboles. No hubo forma humana de calmar a la pobre Joanna,
de persuadirla para volver a casa, por lo que tuvieron que sedarla allí mismo y
llevársela en ambulancia con un ataque de pánico.
Durante los siguientes días y
semanas siguieron buscándolo, río abajo. Encontraron su gorro de lana, sus
guantes, su bufanda. Llegó la primavera, el verano, pasaron los años. En el
cartel con la foto del niño que habían colgado en el tronco de algunos árboles,
se fueron difuminando sus rasgos. Su naricilla pecosa, sus orejas, su flequillo
largo se emborronaron, se fueron cubriendo de musgo, enredaderas y liquen y el
papel fue devorado por la humedad, consumido hasta que no quedó de su carita ni
rastro.
En el sanatorio mental donde vive
Joanna, hoy es el primer dos de marzo que la anciana se olvida de rezar una
oración por su cumpleaños.