TERAPIA
Para
evitar mandar hacer tantas resonancias y tacs innecesarios, el neurólogo ha ampliado
el tiempo que dedica a sus pacientes. Ya no es suficiente con que le cuenten lo
insoportables que son los pinchazos en el pecho, las arritmias que tanto les
angustian, el aire que no les llega a los pulmones o la presión que está a
punto de hacerles estallar la sien. Tienen que ser mucho más concretos para
determinar si el problema es grave de verdad o se trata de un asuntillo
pasajero.
Porque
examinadas de cerca las radiografías descartadas del último año, que aún
conserva en un archivo del ordenador titulado «Pruebas negativas», se ha dado
cuenta de que las imágenes de los cerebros captadas por los rayos X representan
casi en su totalidad hombres y mujeres abandonados mirando partir a su pareja.
Se ven escenas de mucho drama en esa carpeta: rostros desencajados por el
dolor, caras de mucha pena, gente desdichada que no levanta cabeza, cuerpos
trémulos clamando al cielo o a punto de tirarse por un puente.
Y
los motivos para ello se repiten siempre: divorcios, plantones en el altar, ghosting en plataformas de ligues,
cuernos y poliamores unilaterales. En
definitiva, los síntomas que les conducen desesperados a su consulta, y que
según ellos les impiden seguir viviendo, son el resultado de amores no
correspondidos tal como ellos pretendieron.
Por
eso, en cada cita, el doctor prepara infusiones y café, pone una música y luz
tenues, aparta la vista de la pantalla y les pregunta, mirándoles con calidez a
los ojos, por sus anhelos y miedos. Y, lo más importante, les escucha con
interés. También les invita a respirar con él: aspiro siete, retengo tres,
expiro seis. Siempre hay clínex en la mesa, para que se desahoguen todo lo que
deseen. Y después de una charla distendida y de dar unos consejos, se despide
con un apretón de manos o, muchas veces, con un abrazo sincero.