RESONANCIAS
No lo comentan entre ellos,
pero les ha ocurrido otras veces oír conversaciones o acordes de instrumentos
que se van apagando hasta que todo lo ocupa el silencio. Esta vez se trata de una
melodía infantil, algo tosca: unas notas musicales que se mecen en la nada, sacudidas
en un sucio vaivén, antes de desvanecerse para siempre.
Pese a su esfuerzo, no hay
forma de sacárselas de la cabeza, y lo que es peor: ahora distinguen, también,
la voz de una niña entonando una cancioncilla ligera. Enseguida reconocen la
letra: es de unos dibujos animados muy populares, los favoritos de sus hijos,
hermanos, sobrinos o nietos, y que ponen ―ponían,
hasta hace unos meses― en la tele. Y horrorizados imaginan
unos deditos pequeños aporreando, despreocupadamente y sin mucha destreza, las
teclas blancas y negras de un piano viejo.
La canción es pegadiza y sigue
sonando en sus oídos hasta que la ceniza, negra y espesa, termina sepultándola entre
cuadernos de dibujo, pinturas de colores, libros de texto. Sillas rotas, sofás
reventados, bañeras partidas en dos, pedazos de tarima, paredes de ladrillo
caídas. Todo ardiendo.
Y mientras con las mangueras
tratan de sofocar el fuego aguzan el oído por si, entre los escombros del
edificio bombardeado, no hubiese solo muertos.