SPOILER
Le
traía sin cuidado la Informática a Mariló, pero decidió apuntarse al taller que
ofertaban en el centro cívico al enterarse de que Genaro, un vecino del barrio
al que había echado el ojo, se había inscrito. Los primeros días aprendieron a
usar el correo electrónico, escribir
distintos tamaños y estilos de letra en el Word, editar fotos, hacer
videollamadas y otras memeces del estilo. A ella nada de eso le interesaba lo
más mínimo, pero estaba muy a gusto
sentada al lado de aquel hombre compartiendo ordenador, rozando sus dedos al
manejar el ratón. No hablaba nada, era sosaina y tirando a feúco, pero no olía
a tabaco ni sudor, no se sorbía los mocos y llevaba el pelo, las orejas y los
zapatos limpios. Y eso ella lo valoraba mucho.
Para
cuando terminó el curso, Mariló se había
enganchado a Internet y cada tarde se acercaba a la sala de ordenadores a mirar
páginas de mil asuntos distintos. Y navega que te navega descubrió que el mundo
virtual contenía absolutamente toda la información sobre el pasado de la
Humanidad, el presente y, lo que a ella le interesaba, el futuro. Antes de
lanzarse a la conquista de Genaro, quería tener claro si le convenía. O dicho
de otro modo: a Mariló, recién cumplidos los setenta, no le apetecía volver a
enviudar y quedarse otra vez sola. Quería saber no tanto si eran compatibles
como si Genaro le sobreviviría y estaría ahí para sujetarle la mano mientras
ella moría. «Hay que ver», se decía, «lo que cambian las prioridades cuando una
se hace vieja».
Un
día dio en la Web con un programa que predecía con un 99 % de exactitud el
futuro. Había que escanear una foto, introducir nombre, fecha de nacimiento y
poco más, porque el resto de información lo obtenía la máquina de fuentes
«protegidas». Eso hizo Mariló con la foto del candidato, y tras unos segundos
de búsqueda, la computadora, de un modo muy frío y neutral para su gusto, le
comunicó que con Genaro nada, que no se molestase porque le quedaban dos días
con anteayer, como aquel que dice.
Así
que, después de la desilusión y pasado el disgusto, la mujer ha puesto su
atención en Martín, uno con boina que suele ver en el parque alimentando a
patos, carpas y hormigas. El pobre cojea
un poco y se le ve sin gracia ni estilo, pero lo mismo es longevo y sirve.