DISTOPÍA
Desde
que corrió el rumor de que un bebé había volado como un globo de su sillita, los
pocos vecinos que aún quedan en la CALLE DE LA LUNA no permiten a sus hijos
salir sin antes haberles llenado de piedras los bolsillos. También les tienen prohibido
asomarse a esos cráteres tan profundos.
Se
turnan entre ellos para no pasarse todo el día barriendo el polvo pertinaz en
los zaguanes de sus casas, vigilando de reojo a los niños y abrigando o
abanicando a sus ancianos, por los cambios tan bruscos de temperatura. Y
tratando de convencerles, inútilmente, de que sus sombras, tan inquietantes,
viscosas y negras, son inofensivas.