domingo, 8 de diciembre de 2024

El remedio

EL REMEDIO

Al principio no dimos importancia a que el lodo se llevase, junto al resto de muebles de la planta baja, el álbum de fotos de la Jacinta, una tía abuela de mamá que ninguno recuerda por qué vivía con nosotros. Bastante teníamos con vaciarlo todo, quitar el barro y limpiar paredes y suelos. Además todos temíamos su mal genio cada vez que abría el dichoso álbum, que era cada día. Se exasperaba según pasaba páginas, señalaba una foto, luego otra, gruñía con desaprobación y fruncía disgustada la nariz.

Lo permitíamos, qué remedio, sabiendo que era lo único que le quedaba: sus recuerdos. Pero desde que desapareció con la riada se dedicaba a insultarnos cuando pasábamos cerca de ella, exigiendo su álbum con un vozarrón que no sabíamos de dónde venía, pues llevaba algunos años sin hablar y sin reconocernos.

Pasados unos días, la vimos tan frágil ovillada en la mecedora del mirador que avisamos al doctor. Mientras le tomaba la tensión y le miraba la lengua con su instrumental, le contamos lo del álbum. Al día siguiente regresó con uno de una tía suya que había viajado por todo el mundo; tenía un montón de ellos y no notaría que faltaba aquel. Y como quien receta un medicamento se lo entregó a la Jacinta: una colección encuadernada y plastificada de imágenes de una mujer bellísima, cada vez con una pamela, un fular al cuello y un vestido distintos, en un safari en Kenia, en las cataratas Thomson, navegando por un río delante de unos cocodrilos, cenando dátiles y brindando con champán en una jaima en el desierto a la luz de unas velas. Siempre riendo, siempre risueña.  

Y funcionó, vaya si funcionó. Desde ese día a la Jacinta se le iluminó el rostro con una sonrisa que no le conocíamos. Nunca sabrá ese hombre lo balsámico que fue para la pobre mujer recibir unos recuerdos que jamás, ni en sueños, habría tenido.