¡STOP!
Pestañeó dos veces para decir
que sí. Dos era sí, una era no. No podíamos hablar, eso habíamos acordado antes
de iniciar el juego. Al principio le mordisqueé una oreja, la besé en el cuello,
esas cosas. Ella gemía. Los pellizcos le encantaron, y cuando le retorcí un
pezón se puso a gemir más. Excitado, le sujeté las muñecas a la espalda, para
que no me diera puñetazos; tan mojado estaba que finalmente la penetré. La miré
a la cara, parpadeaba una vez y otra y otra y otra más. No, no lloraba. Y seguía
gimiendo. No entiendo, señoría, por qué dice ahora que no era no.