EN
UN SEGUNDO
No se saca las manos de los
bolsillos hasta que no sale del ambulatorio; ni con lejía consigue quitar la
roña de las uñas. Le da apuro enseñarlas, ya ves. En la farmacia, igual: guarda
rápidamente los antibióticos y después, en vez de irse derechito a la cama, como
ha insistido el doctor, se encamina al taller. No puede dejar tirada a la
clientela otro día. En un rato vendrá el panadero, le urge cambiar los
neumáticos de la furgoneta. Estuvo ayer, pero encontró la persiana bajada.
Mientras le espera, piensa en
su hijo. Es buen chico, aunque un poco mandria, qué le vamos a hacer. Hoy está
castigado sin salir, alguna habrá liado. Le gustaría que estudiase una carrera,
que encontrara un buen empleo, que no fuera siempre lleno de lamparones, como
él. Abogado, por ejemplo. Con traje y corbata, eso es.
Sí, estaría bien. Pero ¿y si cuando
el niño le ve alejarse calle abajo coge la pelota y sale corriendo hacia la
plaza a jugar y cruza sin mirar y el panadero derrapa en un charco y pierde el
control del vehículo y le estampa contra una pared?
Un milagro que finalmente todo
quedara en un susto.