EL
SHERIFF
Tardaría en encontrar la llave
que necesitaba, husmearía a través de la mirilla, rozaría con el dedo la
cerradura buscando la manera de abrirla, sin dar con ella. A hurtadillas
intentaría forzarla con una ganzúa, consiguiendo solo hacer una muesca en la
madera. Pero él nunca tiraba la toalla: abriría la puerta y entraría con su
revólver y su estrella. Sabía que aquel era un nido de forajidos, aunque no
tuviese pruebas.
Y solo ante el peligro se
plantó frente a ella y la echó abajo de una patada. La suya no sería una ciudad
sin ley, que todo el mundo lo supiera.