MANZANAS
Hablar de muertos vivientes,
del hombre del saco, de la sombra que acecha en el callejón. Eso hacía mi
abuela para atemorizarme de pequeña, por eso apenas salía sola. «Desapariciones
de niños», oía
decir en la tienda. Al colegio me traía y llevaba, cogida de la mano,
clavándome sus uñas llenas de tierra, y nunca iba a jugar al parque ni a ningún
otro lugar. Después, con los años, me dediqué al huerto y casi ni me movía de
casa. Y ahora que ella ya no está no me alejo demasiado para vigilar a los
ladronzuelos que trepan la tapia para robar nuestras manzanas.