lunes, 18 de junio de 2018

Fetiche


FETICHE

Fue verla entrar por la puerta y caer rendido a sus pies. Al principio metafóricamente, claro. Se llamaba Vanessa. No le pregunté el nombre, qué va. Fue la vieja que iba con ella quien refunfuñó:
—Tacones ni de coña, Vanessa, que pareces un pato mareao con ellos.
Vanessa, Vanessa, paladeé. Anduvo merodeando por las estanterías, cambiando de sitio los zapatos, revolviéndolo todo, y yo detrás, ordenándolo otra vez. ¡Ay, Vanessa, reina mía! En cuanto se hubo decidido, se giró y dijo «eh, tú» y yo acudí presto y feliz a su lado. Después no sé qué pasó, porque nada más entrar en su campo magnético perdí la noción del espacio y el tiempo. Un trance delicioso. Recuerdo ofrecerle una silla, arrodillarme, quitarle una chancla, sujetarle delicadamente el tobillo y deslizar en su piececito, cual Cenicienta, una sandalia de charol negro. Lo siguiente fue despertar de un zapatazo en la sien.
—¡Mamaaa, este tío asqueroso me está chupando el pinrel! —gritaba mi diosa.
Y la bruja, con mirada asesina:
—¡Tú eres gilipollas o qué!
Y tirando de mi Vanessa, Vanessa, salió dando un portazo
Después, lo de siempre. Carta de despido y vuelta a buscar empleo en otra zapatería.