JUEZ Y PARTE
La fotografía grapada al informe «Atraco a
farmacia» mostraba un individuo joven, con greñas, ceñudo, desdentado. Notó
un repentino temblor en las manos. «Culpable», sentenció, «ni juicio ni leches».
Según su baremo, a esos
piojosos les venía muy bien pasarse una temporadita en chirona: cama gratis,
comida caliente y metadona a tutiplén.
Se levantó del butacón para desentumecerse junto a la
ventana. Enfrente, un columpio vacío
se mecía al ritmo de
la hojarasca azuzada por el viento. ¿Cuándo había perdido la custodia de Diego? Ah, sí, en el
98, cuando ganó la Sánchez Vicario el
Roland Garros. Era un mocoso aún, y la madre una histérica que solo a hostias
le dejaba ver tranquilo la tele. Pero ¿por qué había renegado el miserable de
su apellido?
Minutos antes de la vista, sacó una petaca y dio un
largo trago; le faltaba coraje para enfrentarse a la mirada de aquel
desgraciado.