lunes, 18 de junio de 2018

Novel


NOVEL


Todo le hacía gracia al puñetero, la verdad es que lo pasábamos genial. En cuanto me veía acercarme a su cuna se olvidaba de que le estaban saliendo los dientes y se echaba a reír. Noche tras noche, procuraba cerrar la puerta de su cuarto para no despertar al resto de la casa con sus carcajadas.
Tenía una risa contagiosa. Yo me tapaba la nariz y apretaba fuerte los labios hasta casi ahogarme, no fuera que alguien me oyese. Si lo sacaba del edredón para volar por el techo chillaba y pataleaba como un condenado, era lo que más le divertía; si me daba por girar la cabeza hacia atrás se partía de la risa; y palmoteaba y hacía gorgoritos cuando me ponía bizco y sacaba la lengua. Después, agotado de tanto jolgorio, solía quedarse dormido y yo regresaba a esconderme dentro del armario.
«A ver cuándo te dejas de memeces y empiezas a trabajar en serio» me reprochaba a mí mismo algunas noches, mientras recogía la víscera del suelo y volvía a ponérmela en la boca. Esas noches, evitaba mirar el reflejo en la ventana de una cara peluda y unas orejas gachas.