EL CORREDOR
Suena el
timbre mientras está viendo un programa de maratones olímpicas en streaming: es un repartidor que trae las
zapatillas de running que compró ayer
por Internet. Entre las diez más vendidas eran las más caras, casi trescientos
euros, pero es que tienen de todo: espuma reactiva, memory foam, placa de fibra de carbono, suela con diferentes
ángulos de tracción, amortiguación adicional… y además son súper ligeras y
transpirables.
Abre la caja
y se las pone, para que se vayan haciendo al pie, para que el día que empiece a
correr no le salgan ampollas y le dé por desanimarse. Ha acertado con el número,
un 42 y 2/3, como indicaba la tabla de tallas según la longitud del talón al
dedo. Tirando de una lengüeta que ofrece una fijación uniforme se las ajusta a
la perfección; es una compra de diez.
Se levanta,
recorre al trote el pasillo, va a la cocina. «Me las dejo puestas, son más
cómodas que las pantuflas», se dice complacido. Regresa con otra lata de
cerveza y más patatas fritas al salón, se repantinga en el sofá, agarra el
mando y da al Play justo cuando un africano
descalzo atraviesa la meta proclamándose ganador.