EL ARMA DEL DELITO
No paraba de sobar y dar vueltas a aquella bola
de cristal, ensimismado. Le recordaba a una ciudad del norte de Rusia que había
visto en un documental de La 2. Sus habitantes dejaban el coche aparcado con el
motor encendido para que no se congelara; era eso o no volvías a arrancarlo
hasta el verano. Los que usaban gafas ya podían comprarlas de plástico, porque
las metálicas se quedaban adheridas a la cara, del frío que hacía. Y si
calentabas agua en una tetera y la lanzabas al aire, el líquido se convertía en
escarcha antes de llegar al suelo, parecía cosa de magia
Después de un buen rato venga a frotar, decidió
guardársela en el zurrón, junto a las joyas y el dinero de la vieja. Había
intentado limpiarla echando saliva y con la manga, pero la sangre se congela al
quedar pegada a un paisaje nevado.