LA FELICIDAD ERA AQUELLO
Mientras yo
crecía no me daba cuenta de que el abuelo iba haciéndose viejo, pero siempre
encontré tiempo para escuchar sus relatos de habitantes del bosque, de animales
fantásticos, de lejanos reinos.
¡Con cuanto
cariño le recuerdo! Estaba siempre jugando conmigo o contándome cuentos.
Gesticulaba con la cara y las manos y con una voz riquísima en matices —lo
mismo era un granjero, una bruja, un cerdito, una piedra o hasta el viento— se
inventaba mil historias. Un día, mientras describía una tormenta de nieve sobre
las casas de los elfos, el abuelo se perdió para siempre entre la bruma y
aunque se fueron disipando sus pensamientos y empañando su mirada, nunca se
apagó aquella luz chispeante en sus ojos. Desde entonces hablaba solo, o a las
paredes, o al fuego, pero escuchándole supe que sus últimos días los pasó
feliz, muy bien acompañado por los personajes de sus cuentos.