BRUMA
Ni ella misma sabe por qué en
ocasiones no se traga la pastilla que le trae la enfermera. Se bebe despacito
toda el agua del vaso de plástico, le muestra dócilmente por encima y por
debajo la lengua con la boca muy abierta y, cuando se marcha con el carrito de
medicinas, se la saca del hueco que tiene arriba entre dos muelas, va al baño,
la escupe y tira de la cisterna. Al poco rato, comienza a llenarse la
habitación de niebla.
Es entonces cuando empiezan a
pulular por allí los desconocidos. Un día un vagabundo piojoso se sentó sobre
su cama; otro una vieja con cuatro gatos que lo llenaron todo de pelos; hace
poco un negro de dos metros que no paraba de botar una pelota de baloncesto.
Los celadores entran cuando hay demasiado jaleo, como hoy, que según les cuenta
la paciente, había unos niños rompiendo cascos de botellas.
Ellos ya no se sorprenden de
que en la habitación 110 a veces haya que fumigar, quitar pelos, barrer cristales
o ventilar una niebla que no entienden
por dónde entra, porque ventana no hay, solamente cuatro paredes.