CIRCULAR
Cada mañana a las nueve y diez vuelven a sus
asientos del vagón de metro, se apean en la misma estación y repiten, una tras
otra, las mismas rutinas: tomar un croissant a la plancha y un café en el bar
de la esquina, subir la persiana de la zapatería, despachar proveedores y pagar
facturas, quitar el polvo de las baldas y barrer, revisar el género, calentarse
en el microondas del almacén la fiambrera con la comida y seguir atendiendo
clientes hasta las ocho. Los sábados, si hay lío, hasta las tres. «Se pasa la
semana volando, eh», le dice el hombre a su mujer mientras vuelven a sus
asientos del vagón de metro, se apean en la misma estación y dedican el resto
del fin de semana a descansar hasta que el domingo al anochecer, mientras se
ponen el pijama, piensan lo rápido que se va la vida.