NOCHES DE VERANO
Durante aquel verano de 1985 coincidíamos cada
noche en la discoteca del puerto. En cuanto terminaba en la tienda de souvenirs de
mi tío, me iba para allá corriendo y sentadas en la barra solían estar Irene y
su prima Bea. Bea cada día más guapa, el pelo más rubio y la piel más bronceada.
Me atrevería a decir, incluso, que la falda más corta y la camiseta de tirantes
más pegada, marcando los pezones y dejando ver claramente la redondez de sus
tetas. Todos los chicos andaban tras ella, y se turnaban para invitarla a
porros o cervezas, para después meterle la lengua en la boca, el dedo por abajo
o lo que se pudiera, que cada vez estaba más suelta.
Había siempre un corrillo en torno a Bea que
Irene y yo aprovechábamos para escapar de las miradas y meternos debajo de una
barca varada en la arena.