VENCIDA
Hoy ni pinto mis labios de rojo, ni máscara en
las pestañas, ni colorete me pongo. Lo
sorprendente es que miro mi cara lavada en el espejo del baño, sin maquillaje,
ni pendientes, y siento que ya me da igual todo.
En cuanto dejen de temblarme las piernas saldré
al descansillo, entraré en el ascensor y daré al botón, pero no del bajo, sino
del último piso. Me he metido en la braga un destornillador para romper el
cerrojo de la puerta de la azotea. Entraré y caminaré los cuatro pasos que hay
hasta el borde. A partir de ahí, terminará toda esta angustia, toda esta
miseria. Después, levantarán los bomberos mi cuerpo del asfalto y vendrá el
juez. Unos ignorarán, otros se burlarán, de mis uñas pintadas, mi cuerpo
depilado, la silicona… Seré Miguel, un hombre más en las estadísticas y
no Fanny, la mujer que siempre quise ser.