EL GUARDABOSQUES
Siempre prefirió las noches
sin luna para abandonar su cabaña y merodear por el bosque, y con el tiempo
llegó a tener muy afinados los sentidos. En la densa negrura, distinguía de qué
árboles eran las hojas caídas que pisaba, a qué planta pertenecía cada ramita
que le arañaba el rostro, cuántos polluelos dormían en la seguridad de su nido,
o qué tipo de insecto masticaba un topo escondido en su madriguera.
Pese al paso de los años, y
aunque ya solo se dedica a dormitar y ver los canales de la tele mientras bebe
una lata tras otra de cerveza, sigue diferenciando, con exagerada nitidez, cada
uno de los sonidos que trae consigo el viento. En particular los quejidos lastimeros
de las ánimas que vagan desvalidas, sin rumbo, perdidas. Sentado en la mecedora
del porche, concentra la mirada y aguza el oído. No ha olvidado el nombre de
ninguna de ellas. Lilly, siete años, solo encontraron su bicicleta; Allison, la
del MacDonald´s, su linda melena rubia convertida en una maraña mohosa; Nora y Cathy, las mellizas de la granja
Miller, tan preciosas, llevan décadas lloriqueando, cogidas de la mano, con sus
vestiditos sucios de barro y verdín; Kimberly, ¡ay, qué chica, cómo se resistía!,
sonríe mientras se acaricia el muñón del meñique que le arrancó de un mordisco.