OBRA PÓSTUMA
En su última exposición, el
joven artista iba de acá para allá tambaleándose, mecido por la espuma del
champán y la heroína. Mientras, el dueño de la galería se frotaba las manos;
había acordado con el pintor unos precios muy elevados y como lo más chic de
New York no iba a perderse tal acontecimiento, se estaba vendiendo todo de
maravilla.
En pleno colocón, el artista metió
las manos en unos frascos de témpera y pintarrajeó una chaise longue que había en una esquina y una Bultaco. Y si te acercabas
lo suficiente a él y tenías la suerte de que diese un traspié, tropezara y
apoyase su mano pringosa en tu chaqueta o vestido, te ibas a casa con una obra
de arte puesta. ¡Que ni se te ocurriera meterla a la lavadora!
Para cuando, dos horas más
tarde, vino una ambulancia y se lo llevó en coma al hospital, ya no quedaba
nada por vender, así que todas las miradas se dirigieron a la moto y el sofá, que
no estaban en el catálogo, y comenzaron a hacer pujas.