EN LÍNEA RECTA
Con miedo a decepcionar a sus padres,
que tanto se habían sacrificado por él, creció Pablo, evitando distracciones y
huyendo de toda tentación. Su vida discurrió, pues, por el buen camino: el que
iba derecho del pupitre del instituto a la facultad, del Colegio Mayor al
apartamento de alquiler, de la asesoría que heredó del padre al chalet adosado.
Llegarían también, cada cual a su debido tiempo, el noviazgo largo, la boda, el
pastor alemán, un hijo tan espabilado como él, una hija tan rubia como su madre,
e igual de guapa o más.
Pero ahora que lo tiene todo,
siente en la boca un regusto amargo cuando sus pensamientos regresan, cada vez
con más frecuencia, hacia aquellos desvíos sinuosos, polvorientos y sin
asfaltar que no tomó, y donde durante años acecharon las fiestas de la
universidad a las que no fue, las compañeras de blusa transparente, ojos
ahumados, labios jugosos y tejanos ceñidos a las que no hizo caso, los viajes
de fin de curso a los que no se apuntó, los veranos de playa, puestas de sol y
amaneceres que no vio y martirizándose, cada vez más abatido, por una vida que
no vivió.