TAS
Faltan solo veinte minutos
para terminar su turno, ya pronto amanecerá, y Pedro, el vigilante de la planta
química, está muy cabreado, le da mucha rabia reconocer que al final va a tener
que pedir cita en el médico, no quería admitirlo pero tiene la memoria fatal,
cada vez con más lagunas, y no es de hoy, que lleva semanas que no sabe dónde
deja aparcado el coche o se olvida de comprar el pan, que mira que le insiste
su mujer cada noche antes de despedirle, lo rico que está calentito para
desayunar, recién salido del horno, pues nada, él lleva ya un buen rato mordiéndose
la lengua de lo enfrascado que está, le sabe la boca un poco a sangre pero ni
se ha enterado de que tiene los dientes clavados, y con el boli pasa algo
igual, está rasgando la hoja del pasatiempos al concentrar en ella toda su
frustración, y ni el ruido ensordecedor de las sirenas, ni las luces rojas de
alarma, ni el humo que va llenando la sala, ni las chispas que le están
chamuscando el pelo y la chaqueta del uniforme llega a notar, empecinado como
se halla en que le salga la dichosa palabra del autodefinido, tres letras: «yunque de platero».