ÚLTIMAS VOLUNTADES
Anda que no lo repitió Maruja mil veces, ¡si hasta lo dejó firmado en una hoja!
«Cuando me muera no quiero misas, ni curas, ni bendiciones, ni olor a incienso,
ni una cruz en mi caja, ni hostias en vinagre». Pero el dichoso papel no aparecía
por ningún sitio. Algunas de las residentes que la conocían bien insistían que
cualquiera que la hubiera tratado sabría perfectamente lo anticlerical que era
aquella mujer. Sus razones tendría, decían, aunque los demás no las compartiesen.
Pero no hubo
manera. Cuando un anciano fallecía se avisaba al sacerdote y se celebraba el
funeral en la capilla del asilo, que para muertes a la carta no estaba esa
institución.
Lo único que
pudieron hacer por ella sus amigas, insistiéndole mucho al de la funeraria, fue
convencerle para que le colocara los brazos a la espalda y pusiera los dedos
corazón cruzados sobre los dedos índice.