EL APAGÓN
A este vigilante de museo se
le está pasando por la cabeza que peor habría sido si el apagón le hubiese
pillado dentro de un ascensor, rodeado de gente histérica chillando «¡vamos
a morir, vamos a morir!». O por qué no arriba de todo de una noria, en medio de una tormenta
eléctrica, en una cabina con una parejita de enamorados mirando pálidos al
vacío y prometiéndose amor eterno. Como es muy morboso el individuo, se imagina
como observador en un quirófano en plena operación, yo qué sé, de corazón, por
poner un ejemplo. De esas que se hacen mirando el cirujano un monitor. Pero lo
que tiene que ser realmente horroroso, piensa, es estar en la sala de espera de
un aeropuerto y contemplar cómo choca el avión en el que viajan tus seres queridos
con otro en la pista, y a continuación ver impotente a algunos pasajeros
corriendo, envueltos en llamas, achicharrándose vivos, desplomándose en el
suelo.
Todas estas calamidades se le van ocurriendo a
este señor, más que nada para tranquilizarse, para restar importancia a lo
suyo, porque nota que está hiperventilando al comprobar que su móvil acaba de
quedarse sin conexión a la red.