BUEN APETITO
Entornó
los ojos al dar el primer sorbo a la Coca-Cola y de la emoción comenzaron a
resbalarle por las mejillas unos lagrimones. Cerró la boca y la enjuagó con el
refresco, como si fuera un colutorio. ¡Añoraba tanto sentir el chispeo de las
burbujas en la lengua y el paladar! Cuando se le fue el gas al refresco lo
tragó y repitió la operación hasta terminarse el vaso. Pidió entonces si podían
servirle más, mientras se ponía a dar cuenta del bistec. En ese momento las
lágrimas de felicidad ya le caían a borbotones, ¡al cocinero había que
felicitarlo! Lo había dejado por dentro crudo y por fuera churruscado, justo
como se lo preparaba su abuela cuarenta años atrás, allá en la granja. Las
patatitas le parecieron también deliciosas, todo le estaba sabiendo a gloria.
No le importó, en absoluto, que la bebida estuviera calentorra, ni que las
patatas fueran ultra-congeladas. Eso qué más daba, si llevaba cuarenta años en
el corredor, sin catarlas. Tan abstraído estaba engullendo la tarta de manzana,
que tampoco renegó por que no le fuese a dar tiempo a hacer la digestión de
esos manjares antes de que le administrasen la inyección programada.