BAJO EL PUENTE
Nunca te molestaste en ponerle
nombre al gato, ¿para qué?, te decías, si el día menos pensado lo atropella un
coche o se larga y desaparece para siempre. Pero lo considerabas tuyo, cuando
silbabas, bisss bisss, cuando lo buscabas en la oscuridad, cuando querías que se
acercase, se acurrucase a tu lado, te lamiera las manos con su lengua tibia y te
diese calor. Sabías que era lo único que tenías en este mundo y él siempre
volvía.
Como hoy, que tras zamparse una
raspa por ahí, tu gato se ovilla en tu regazo, ronronea, intenta dormirse. Sopla
un viento gélido y húmedo y estos días le cuesta más acoplarse a ti, encontrar
acomodo en tu cuerpo antes tan blando, ahora tan rígido. Te olisquea y empieza
a dar lametazos a tus orejas, a tus labios, le atrae poderosamente tu olor
putrefacto, entonces hinca los colmillos en tu nariz.