miércoles, 4 de mayo de 2022

Enamorada

 ENAMORADA

Qué guapa va Melody, camino del altar. Por fuera, da gusto verla: la piel color canela, ¡nada de rayos ultravioleta!, gracias a los paseos en yate por la costa caribeña. El vestido de diseño, de Yves Saint Laurent, en tonos pastel y con escote de balcón, por donde se asoman a saludar a quien quiera mirar sus tetas. También lleva una tiara de diamantes que ya quisiera para sí la reina de Inglaterra. Aunque lo que más llama la atención, si uno se fija bien, es el brillo intenso de sus ojos.

Pero por dentro, en cambio, la pobre va fatal: los intestinos, desde el amanecer, es un no parar, con retortijones y diarrea; el estómago no lo ha tenido nunca más revuelto, ni después de una noche de champán y desenfreno; tiene la piel de gallina, y eso que el termómetro marca treinta grados y subiendo; y en la boca, nota el sabor del vómito que pugna por salir, pero ella traga, disimula y sonríe a los fotógrafos del papel cuché, que venga flashes y más flashes, vaya mareo.

Uno podría pensar que es que anoche estuvo de juerga y que el resacón es de primera. O que la leche del desayuno estaba agria y ahora tiene un corte de digestión. O que la mujer es nerviosa y oye, que se casa, y es normal que esté atacada. Pero mira, no, no es nada de eso. Lo que siente es un asco tremendo, un desprecio absoluto hacia su persona por casarse con ese anciano millonetis que cada día le firma los cheques para gastar en joyas y ropa cara en las más lujosas boutiques, y por las noches le exige que le chupe su verga fláccida hasta que se pone un poco dura y correrse, que a veces tarda horas. Y la pobre chica lo sobrellevaba bien, se había puesto mentalmente en modo aséptico con el viejo, hasta que cayó enamorada «nunca me enamoraré de un muerto de hambre», se había prometido al salir de su pueblo en Arkansas del jardinero, un vikingo de casi dos metros.

Por eso la muchacha se halla ahora en esta disyuntiva: su corazón late desbocado por Haakoon mientras que sus ojos, como el Tío Gilito, brillan deslumbrados por el destello del dinero.