ZAFARRANCHO
Qué
duro le estaba resultando a Marta comprobar que de la casita de chocolate apenas
había quedado en pie alguna pared de turrón y poco más. El helado se había
derretido y chorretones de fresa, vainilla y limón cubrían por completo toda la
estancia. Las nubes de algodón estaban ahora esparcidas por el suelo, junto a
chicles, caramelos y piruletas, y los bombones, mazapanes y regalices se
amontonaban por todas las esquinas formando una maraña, como un bosque después
de un vendaval.
Respiró
hondo, retiró con un dedo una lagrimita tonta que estaba que si caigo, que si
no, cerró de golpe el libro de cuentos y lo metió junto al resto de tebeos,
cuadernos escolares y juguetes de Mario en una caja de cartón. ¡Ay, su chiquitín,
dieciocho años ya, qué rápido pasa el tiempo!, pensaba abatida mientras se
ponía —por fin— con la limpieza del trastero.