EL GUARDIÁN
Fue un instante, un segundo, ni tiempo para un
pestañeo hubo. ¿Pudo ser el cansancio acumulado del día? ¿La fatiga de aquellos
cuatro años con Sara? A saber, porque menuda lata dio la niña desde que nació
de seis meses, tan chiquitina que en varias ocasiones los médicos pensaron que
no sobreviviría.
Esa tarde, en la feria, estuvo vigilando que no saltase fuera del hinchable,
que se estuviera sentada en el tiovivo, que no se tirase de cabeza por el
tobogán, que masticara despacio los churros… y ella venga a dar chillidos.
Después, mientras esperaban a subirse al tren de la bruja, un repentino soplo
de viento se llevó el globo de la niña, que echó a correr tras él cuando pasaba
el primer vagón. Pero gracias a su habilidad, de un tirón consiguió arrastrarla
fuera del raíl, lo justo para que solo tuvieran que amputarle un pie.
La cosa es que, desde ese día, la familia le
tiene en gran consideración, «¡ay, su ángel de la guarda, cuántas veces la ha
protegido!», comenta la abuela en el parque mientras la niña juega quietecita
en la arena, y así sus remordimientos se van entibiando mientras sestea
plácidamente al sol.