LO IMPOSIBLE
Cada vez que
le hablaba del último sobre rechazado, mi abuelo agitaba los puños, se ponía
rojo entero y rechinaba los dientes. Ocurría cada domingo al volver a casa con
sus estampas descoloridas. Siempre el mismo drama. Yo me sentaba a su lado en
el sofá e intentaba consolarle, «quizá la próxima semana, abuelo», mientras
pasábamos las páginas de la colección incompleta.
Cuando oía el
berrinche, mi abuela venía al salón, giraba el dedo índice sobre su sien y le
confiscaba el álbum que el pobre retenía en su regazo, riñéndole. «Un día te va
a dar un jamacuco, Antonio», rutaba. «Maldito sea el puñetero cromo de
Naranjito, ¡rediós!».