EL PAN DE CADA DÍA
Como sombras
fantasmagóricas atraviesan el corredor las muchachas de melena lacia. Solo se
escucha el roce de sus zapatillas de felpa contra las baldosas, algún sollozo
apagado y, al llegar al comedor, resoplidos y arcadas. Mientras mastican y
tragan en silencio, el tintineo de tazas y cucharas; pero lo que más alto se
oye siguen siendo sus arcadas.
Cuando van
terminando de desayunar, la supervisora registra sus bolsillos en busca de
tarrinas de mantequilla o tostadas. Entonces les permite quedarse un rato de
charla, ver la tele o pasear por la sala. Pero durante la hora de la digestión,
ni suplicando de rodillas podrá ninguna de ellas entrar al lavabo.