EL
SENTIDO DEL DEBER
Era de los pocos detectives
honrados que quedaban en la ciudad, según sus conocidos. «Y muy
escrupuloso»,
matizaba él. Con gran diligencia, solía pillar in fraganti a los
morosos dilapidando alegremente el dinero en televisores de plasma o móviles de
última generación; a los adúlteros entrando a hurtadillas en moteles de tercera;
y a los que iban con el collarín a demandar a las compañías de seguros, descargando
frigoríficos o sofás de los maleteros de sus furgonetas.
«Cuánto fraude, cuánta traición», se
dolía cada mañana mientras desayunaba un huevo pasado por agua. Esa tarde le
tocaba visitar a su hijo en prisión. Lo de perdonar a su mujer lo pensaría otro
día.