SIN
MEMORIA
Federico no atesora recuerdos,
solo conoce esta vida anodina. Se pasa las horas muertas pegado al cristal que
lo aísla del exterior, siguiendo con su mirada a unos seres que vienen y van.
Una mañana, cuando todos han
salido de casa, Federico, decidido, coge impulso y se lanza afuera. Cae sobre
el duro mármol, rebota y empieza a boquear pidiendo auxilio. Al instante añora
lo que fue su hogar, pero por más ganas que le pone, no logra con sus coletazos
elevarse ni un palmo.
Al volver del colegio, los
niños recogerán del suelo de la cocina el cuerpecillo naranja y haciendo un
puchero lo echarán por el inodoro, para luego seguir con sus juegos.