FOTOS
En
la bolsa de rafia, de cuadros blancos y rojos, metió todas sus cosas y todavía
le sobró sitio. Se habría llevado también el brasero, pues empezaba a sentir
humedades en los huesos. Y el butacón, que aunque con algún muelle roto y lleno
de quemaduras de cigarrillo, ya había cogido la forma de su cuerpo y dormía ahí
muy a gusto.
Pero
al asilo solo podía ir con lo imprescindible: el transistor del que no se
despegaba nunca, el gabán descolorido, las mudas más nuevas y el jersey de
rombos. Con la ropa que llevaba encima tendría para quita y pon. El tabaco de
liar lo había escondido abajo de todo. Y, por supuesto, las fotos de la
estantería de la mansarda sin baño ni cocina, donde se había refugiado hacía un
tiempo, y sobre la que iba a ejecutarse una orden municipal de derribo.
La
de la boda era su favorita. Y la del bautizo del primer hijo, la del verano en
Benidorm, la de todos posando felices junto a un Ford Fiesta azul. ¡Cuánta
compañía le habían hecho estos últimos años! Ojalá, pensaba mirándolas con
cariño, hubiese tenido él una familia así.