LAND OF PLENTY
«El barco estaba a punto de atracar y yo de
iniciar mi sueño americano», es como comienza don Celso su relato. Don Celso,
así le llama hasta el último de sus bisnietos, pues es como a él le gusta ser
nombrado.
Porque con el sudor de su frente se lo ha
ganado. De lustrar zapatos en una acera de New York, vestido entero de
andrajos, a atravesar las polvorientas carreteras del país con un puñado de
dólares escondidos en el calzón. Después meses, años, deslomado en ríos de
aguas heladas, subyugado por la fiebre del oro, hasta encontrar aquellas
pepitas, ¡qué digo pepitas, si eran como puños!, dos, siete, veinte, hasta
treinta y cuatro contaron, todas para él solo si lograba ensillar un caballo
mientras los otros dormían y largarse, huir bien lejos, donde los campos de
algodón. Allí se hizo con un almacén, con unos acres de tierra, con unos
esclavos, y se convirtió en un hombre rico, millonario, y cuando se aburrió de
aquel calor pegajoso y de las negras de la plantación, se volvió con su familia
al viejo continente, convertido en un respetable indiano.
Y cuando van de visita al caserón familiar, sus
nietos y bisnietos escuchan boquiabiertos lo de la larga travesía, lo del oro y
el algodón, pero los detalles color sangre, ¿para qué contarlos?, pues tendría
que incluir en el inicio, con la pereza que le da recordarlo, que viajó a las
américas de polizón y tuvo que apuñalar y tirar por la borda a otro pasajero,
un tal Celso, para poder pasar la aduana con una tarjeta de identidad, y esto
haría demasiado largo el relato.