EL HOMBRECILLO
Con el confinamiento, lo de llevar pan a los patos del estanque y deshojar
margaritas, «sí, no, sí, no…» se le fastidió, pero se sintió aliviado pues
siempre salía que no y se quedaba muy tristón.
Una mañana vinieron unas palomas a posarse en la ventana de la mansarda
donde vivía. Al principio les daba miguitas, después las sobras de la comida,
hasta que la relación se fue estrechando y ya les cocinaba recetas que veía en
la tele: ensaladilla rusa, lentejas estofadas… Los domingos, lechazo o merluza
rellena y de postre, flan. Confiadas, comían de su mano, por eso se animó a
usarlas como mensajeras para enviar sus poemas de amor a Dorita, la portera.
Pero se habían puesto tan gordas que ni una pudo desplegar las alas y volar
hasta la portería.
Ahora anda tan liado haciendo canelones, purés y empanadillas que casi,
casi, casi, ni piensa en ella.