domingo, 16 de mayo de 2021

Amor remoto

AMOR REMOTO

Lo que se dice mariposas en el estómago no las he sentido nunca, no sé lo que es eso. Sospecho que la gente repite frases hechas por quedar bien, pero yo no necesito de clichés y paripés para afirmar que a mi marido le quiero. Porque si no, ¿cómo íbamos a aguantar casi cincuenta años juntos? Aunque creo que justo ahí es donde radica nuestro secreto: que juntos, juntos, apenas hemos estado en todo este tiempo.

De Bermúdez, es como le llamo yo, me enamoré la víspera de irse a la mili. Estuvimos dos años carteándonos, pero como no venía nunca por los sucesivos arrestos, decidimos casarnos por poderes. Después, cuando se graduó, yo me quedé preñada del mayor. Entonces se enroló en un pesquero de los que iban a los mares del norte y volvían meses después con la bodega hasta arriba de merluza congelada. Así estuvo años, tantos que acabé cogiendo asco a los langostinos. Cuando la niña iba a hacer la Primera Comunión, decidió dejar el barco y buscó trabajo en la construcción. Cada día, yo le llevaba la fiambrera con el almuerzo y una naranja, y me quedaba en la obra un rato, mirándole poner ladrillos y trajinar con la hormigonera. Metía horas extras a tutiplén, pues ya habían nacido los gemelos, y cuando regresaba por las noches estaba tan agotado que, a veces, el pobre caía rendido en un rincón del portal, debajo de los buzones, y dormía toda la noche rodeado de papeles y folletos.

Ahora que se ha jubilado y para que no se aburra, le mando a hacer recados, a mirar obras, a sacar al perro. Le he apuntado a un grupo de petanca, un club de lectura y otro de excursiones por los pueblos. Acaba de volver de hacer una ruta a la cascada del Asón, se ha sentado junto a mí en el sofá y le he preguntado por Whatsapp que qué tal el día. Y él me ha contestado con un emoticono de sonrisas y otro bostezando mientras le daba un masaje en los pies.