LA CHACHA
Los lunes Chari cocina y
congela en fiambreras para toda la semana; los martes toca colada y plancha;
los miércoles encera el parqué; los jueves friega bien fregados los baños; y
los viernes a limpiar el despacho del señor.
Siempre está ahí metido, tiene
hasta un orinal para no tener que levantarse por si las musas le visitan en
mitad del pasillo y ¡zas! se le escapa la inspiración antes de llegar al
ordenador. Le dan siempre las tantas aporreando el teclado y luego se queda dormido
encima del escritorio, extenuado.
A Chari al principio le daba
no sé qué, limpiar con el señor roncando, pero ya se ha acostumbrado. Así que
empieza recogiendo los folios arrugados que se amontonan dentro y fuera de la
papelera. Hay docenas y esto le lleva un buen rato. Después vacía ceniceros,
recoge las tazas de café, ventila el cuarto. Como el señor hace vida ahí, el
teclado se va llenando de mierda, por lo que lo vuelca y con un bastoncillo
humedecido en alcohol, retira migas de galletas y hebras de tabaco. Alguna uña
se encuentra también, y algún moco resecado.
A veces se desprende una tecla
y, antes de encajarla en su sitio, Chari saca del hueco montones de párrafos,
frases en verso y hermosas palabras —cuajar, madreselva, pestañeo— que a
puntito estuvieron de llegar a la pantalla en un momento de éxtasis creativo. Pero
a Chari qué le cuentas, esas cosas ni le vienen ni le van, ella está ahí para
sacar brillo y punto. Y al final mete los poemas nonatos junto a las colillas y
las bolas de papel, arropa al señor con la bata de cuadros y sale del estudio
con la bolsa llena para seguir con el zafarrancho.